Este fin de semana una gran parte de Chile estará en cuarentena. No queda otra opción más que adaptarse a ello, más allá de los medios económicos con que cuente cada hogar. Muchos de nosotros (as) hemos llorado la muerte de alguna persona cercana; entonces, sabemos de la importancia del auto-cuidado y de la urgencia de mantener las medidas de cuidado mientras las cifras de mortalidad no bajen. Pero, necesitamos tomar conciencia de los daños colaterales que producen las cuarentenas; en especial, en nuestros niños, jóvenes y ancianos. Como sostiene el filósofo coreano Han, “los distanciamientos sociales repercutidos en la pérdida de los rituales habituales”. Los almuerzos familiares de los fines de semana, la celebración de cumpleaños, la pagada de piso y tantos otros rituales más, hoy brillan por su ausencia.
Predomina la comunicación digital, ya no nos encontramos en el cara a cara con la mirada del otro y empieza a aparecer una especie de vacío al que no siempre le ponemos palabras. Escuchamos “quiero abrazar a quienes quiero”, “necesito sentir su olor”, su cercanía, aquello que la pantalla no puede ofrecernos. Entonces nos encontramos con personas cansadas, tristes, desesperanzadas, plagadas de nostálgicos recuerdos, de esos sentimientos que nos acompañaron en otras épocas.
Quienes trabajamos en salud mental podemos darnos cuenta que la depresión, la falta de sentido, la vacuidad comienzan a surgir en el alma de los chilenos. Indudablemente es un daño colateral de esta pandemia, que no aparece explícitamente en las cifras oficiales diarias.
Nada puede reemplazar el cara a cara, el sentir al otro u otra frente a frente y no a través de una pantalla neutral. No podemos olvidar lo que implica la ausencia presente del otro (a), la falta que nos hacen los abrazos, las miradas cómplices o tan solo el compartir un café matinal. Necesitamos hacernos cargo de los dolores del alma que han invadido las casas de tantos compatriotas, más allá de los metros cuadrados de su habitar, los que, sin duda, inciden en la forma como nos vivimos lo que ocurre.
Escuchemos hoy a los filósofos y psicólogos (as), dimensionemos la complejidad de esta pandemia, que toca la sutiliza del alma humana, aquella que no se traduce en cifras sino en un decir “me duele el alma de no poder abrazar y mirar a quienes amo ”. Es un dolor sutil, silencioso, que ha invadido los hogares chilenos y frente al que cada uno, desde la individualidad, ha debido enfrentar en solitario, sin ni siquiera tener palabras que describan a cabalidad nuestro sentir.
Ana María Zlachevsky.