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El género, un constructo relacional que trasciende la lucha feminista

Indudablemente, estamos en un momento socio-histórico complejo desde la mirada del género. Ha sido llamada la tercera o la cuarta ola feminista. Pero concuerdo con Ana María Devaud, cuando afirma que el feminismo es la auténtica democracia y que las mujeres hemos sido parte de una historia donde nuestros aportes no han recibido el protagonismo que se merecen. Los derechos básicos de muchas, incluso hoy, no están logrados.
Sin lugar a dudas, las jóvenes del movimineto feminista de estos últimos tiempos, serán recordadas por hacer visible aspectos que el patriarcado invisibilizó por siglos, pero también están haciendo visible nuestra ciudadanía dudosa. Nos interpelan a conformar una sociedad donde todos y todas deberíamos tener espacio y roles claros, y que nuestra ciudadanía no debería nunca estar en entredicho.
Si bien las feministas reconocen que ser mujer es un acto político, creo que, más ampliamente, nuestra condición humana contextualizada es un acto político. Este novedoso movimiento atraviesa no solo la política, la gestión, la educación, la coyuntura nacional, la relación hombre-mujer, la relación mujeres y hombres con personas LGTBI o personas trans, nuestras propias vidas, y tanto más. No imagino a alguien a quien no toque de una u otra manera lo que ha está pasando.

¿Cuál es el problema?
Puedo pensar en algunos.

Por ser un movimiento novedoso, no tenemos pautas comportamentales claras aún de cómo relacionarnos como ciudadanas y ciudadanos; debemos ir aprendiendo a hacerlo haciéndolo.
La condición primordial de las asambleas feministas es una nueva forma de participación. Los grupos coordinados son autoconvocados y las vocerías son rotativas: un formato realmente democrático, con sus fortalezas y debilidades, inédito. Estamos acostumbrados a estructuras duras, a jerarquías, a planificaciones, a agendas claras, a metas precisas. Pienso que este nuevo paradigma emergente tal vez dé vuelta la anquilosada forma de gestión y surja un nuevo paradigma que nos lleve a una real democracia. La democracia se va construyendo en conjunto. No significa desechar todo, sino reformular, deconstruir y aprender-haciendo. Ello llevará años e indudablemente tendremos avances y retrocesos. Confiar en esta propuesta feminista para algunos puede ser más fácil que para otros, pero, en mi calidad de mujer que ha vivido muchas décadas, estoy con ganas de intentarlo y decidida a comprometerme en ello, no como la regalona del patriarcado, como solía decirme Margarita Pizano, sino con real interés en erradicar los añejos vicios patriarcales de este mundo que estamos destruyendo.
La interpelación actual implica concebir que los seres humanos somos en relación. No basta con empoderar a las mujeres ya que corremos el riesgo de reproducir el modelo de lucha partiarcal. Necesitamos repensar el género, como un constructo relacional que no solo incluya la diáda hombre-mujer sino tambien las relaciones con los llamados transgéneros o los grupos LGBTI y plantearnos preguntas de mayor envergadura. Esta invitación no es fácil de practicar, en especial para quienes nos hemos socializado en un mundo machista, androcéntrico y patriarcal. Pero, si aceptáramos el llamado de las jóvenes feministas de hoy, tal vez podríamos lograr construir una sociedad realmente democrática, al estilo de la polis griega, en que todos los ciudadanos —y esta vez las ciudadanas—, seamos escuchados.

Ana María Zlachevsky